martes, 22 de enero de 2013

Ella

Vivió exquisitamente. Exprimió cada segundo. Era una de esas personas que sabía apreciar la vida, que daba a cada momento la importancia que se merecía. La sonrisa era su sello, y sabía contagiarla a todo aquel que se cruzara en su camino. Alocada y divertida, sabía hacerse notar entre la multitud. No hacía falta hablar su misma lengua para captar toda la magia que irradiaba.

Todo el mundo quería  acercarse a ella, desnudar ese halo misterioso que la envolvía y en definitiva, entrar en ese juego desconocido. Recorrió caminos muy diferentes, buscando el amor, buscándose a sí misma. Conoció la bondad y la maldad humana muy de cerca. Ella tenía la gratitud de saber sacar una moraleja a toda situación que la rodeara. Simplemente maravillosa, inquieta y dulce a la vez. Una explosión de sentimientos, una contraposición constante de ideas, pensamientos, creencias y valores. Una sorpresa diferente, inimaginable para la mente humana. Una buena definición puede ser: el llanto más ahogado o la risa más noble que jamás he escuchado, ni escucharé.

Coqueta como ella sola, siempre llevaba los labios pintados, la cara lavada, el pelo perfecto, todo en perfecta sintonía. Así salía ella a la calle, perfecta para comerse el mundo, o al menos, para aparentarlo. A nadie dejaba indiferente.

 Fueron muchos los corazones que dejó atrás, muchos los ojos que la adoraron, que se dilataron en su sencilla mirada, durante horas perdidas. Parecía un torbellino, de esos que cuando pasan por tu vida, lo ponen todo patas arriba, de esos que te desmontan hasta la última pieza de esa vida que siempre soñaste ordenada. Resultaba muy difícil olvidarla cuando se marchaba, porque siempre se marchaba. Ella amaba con locura, pero su amor solía tener fecha de caducidad. Eso sí, mientras duraba, era una aventura única. Un aprendizaje renovado, que enseñaba a esos hombres a buscarla en otras caras, en otras siluetas, pero no; ella nunca podía encarnarse en otros cuerpos, puesto que ninguno de ellos aseguró haberse vuelto a cruzar con algo igual.

Lo que más gustaba de ella era su generosidad infinita, su capacidad innata para dar una palabra de cariño cuando hacía falta o ese simple gesto que todos usaban pero que, sólo ella convertía en especial. Era feliz haciendo feliz; esa era la forma de vida que ella había elegido para hacerse recordar en todos esos huecos que fue llenando por todos los resquicios del amor que desprendía.

Ella tampoco olvidó. Siempre se sintió afortunada, siempre sonreía a escondidas, cuando recordaba todo lo que había aprendido, lo que había recibido, las caras que un día despidió, sabiendo que no volvería a ver jamás. Solía soñar despierta, recomponiendo las piezas que la habían convertido en una mujer feliz y plena.
Dicen que no debe andar muy lejos, que sigue conservando esa mágica sonrisa y desmenuzando los más pequeños de los detalles para seguir construyendo el puzzle que siempre soñó. Estoy segura de que sigue siendo ella, aquella bomba de rarezas que seguirá enamorada de su vida...




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