miércoles, 21 de agosto de 2013

Una generación peligrosa

No nos faltan razones para tambalearnos, para temer por los cimientos de una vida incierta, por la que muchos nos preocupamos sin saber muy bien qué nos preocupa. La burbuja que nos oprime y a la que ahora pertenecemos, no es más que un símil con careta del pasado. No desconocemos el presente que nos ha tocado vivir, pero si el futuro que espera al cruzar la esquina. Y eso nos está matando poco a poco. 

Somos una generación de jóvenes talentos, en los que predomina una seca frustración y un cúmulo de inseguridades fortuitas, que no se pueden aplacar con simple paciencia. Derrochamos nuestra energía en todo aquello que nos ofrece una continuidad, y en definitiva, una superficie para empezar a volar. Soñamos con que ocurra un milagro y podamos ser nosotros mismos, los que imaginamos hace mucho tiempo, los que ya no existen o simplemente, están perdidos en algún lugar, del que no han sabido regresar. Pero ahora no es cuestión de ganar o perder, sólo de creer. Creer en uno mismo.

 Se que es difícil respirar cuando un ente superior nos quita el oxígeno, pero no es imposible. Hay muchos entes que parecen haber venido al mundo con el objetivo de robar, robarnos la ilusión, la fuerza y la valentía; pero eso es algo innato que sólo puede pertenecer a aquel que las potencia. Y es momento de hacerlo. Que nadie os quite las ganas de avanzar, de desprenderos del miedo y de la inevitable y dulce sensación de haber cogido el camino equivocado. Es parte de la vida cometer errores, que no son más que un puente que debemos cruzar. Lo único que podemos hacer para seguir a flote es creer en nuestras virtudes, porque tenemos muchas y es hora de demostrarlo. Nada ni nadie podrá con nuestra autenticidad, puesto que somos el ancla que sostendrá este barco...

martes, 13 de agosto de 2013

Reflexión en una noche más

Pasa la vida y con el vaivén de su fuerza se lleva recuerdos, momentos, miedos, sueños... pero siempre hay cosas que no caben en su maleta, por mucho que vayamos creciendo y dejando atrás. Siempre he escuchado que todo tiene un límite, pero para mi es incierto. No existen límites ni finales cuando se trata de esa fuerza superior que nos domina, que nos transforma y se apodera de nuestra grandeza. No podemos hallar explicaciones ni respuestas, simplemente, porque a veces no existen. A este mundo venimos con unos propósitos, pero resulta curioso pensar que siempre nos marchamos sin cumplirlos o cambiándolos. Nadie nos dicta los pasos que tenemos que seguir, pero los damos, y no nos preguntamos el por qué.

Desde el nacimiento, nos vamos formando como personas, adquirimos lo correcto o lo mejor que observamos a nuestra alrededor, y lo aplicamos en práctica. A menudo queremos creer que hay cosas, detalles o sensaciones, que pasarán y envejecerán a nuestro ritmo, pero esto no es una ciencia exacta. No todo caduca, el famoso "nada es para siempre", no tiene por qué suceder como tal. ¿Quién dice cuándo hay que parar, o elige el momento para que el ángulo tome otra posición?...

Es maravilloso y frágil a la vez, simple y complejo, pensar que el mundo seguirá su rumbo mientras tenemos cosas pendientes, saber que puede que nos marchemos sin haber encajado todas las piezas del rompecabezas, o que hay que aprender a vivir con espinas que pinchan como la más bella de las rosas. Es irritante e inevitable, pero hay detalles que marcarán un antes y un después, que harán de un simple momento, algo crucial e imborrable. El tiempo nos acompaña y nunca nos abandona, hace mella en las personas pero no acaba con ellas, porque nuestras acciones no perecen y nuestra huella es distinta a todas las demás. 

Los cambios suelen generar desconfianza e inseguridad, y es sorprendente, porque aún no nos hemos dado cuenta de que estamos aquí para eso, para cambiar. El cambio es el sentido de cada historia, el principio y el final al que tanto tememos. Nada es posible sin él, y vamos madurando su crecimiento constantemente. A pesar de su llegada, no es un huracán que arrase con todo lo que encuentra a su paso, por eso siempre sabremos quiénes somos, mientras conservemos algo de lo que fuimos.

Lluvia de sueños

Anoche volví a vivir una de esas noches de verano, en las que todo se empapa de una magia especial. La lluvia de estrellas volvía a unir a muchas almas que no dudaban en convertirse en hijos del universo, dueños de la nocturnidad y esclavos de la fe. 

Tumbada en mi jardín, me entregué por completo al cielo, y por un momento, todo me parecía un decorado, al cual pertenecemos y del que, sin duda, dependemos. Con una sensación agridulce, me dejé llevar por la contemplación de esas estrellas fugaces, que pasaban a la misma velocidad a la que pasan los días de nuestro calendario. Y es entonces cuando pude vislumbrar una puerta, una barrera invisible que nos separa de lo imposible, del milagro de nuestra existencia.

 Una vez más me pregunté qué habría detrás esa inmensidad oscura, qué habría detrás de cada una de esas estrellas, a las que todos miramos atentos, desde diferentes ángulos y desde distintos lugares. Jugué a imaginar todo aquello que siempre ha despertado en mi tantas incógnitas y entonces supe que estaba perdida en un submundo de fantasía, del cual esperaba nada y todo a la vez. 

Supe que se puede creer en todo y esperar nada, pero aún así, yo pedí mis deseos. Uno por cada estrella. No espero una respuesta, ni mucho menos una reacción, pero si un motivo más para seguir creyendo que todo es igual de posible que imposible, y que siempre estamos a tiempo de cerrar la puerta que queramos abrir...

miércoles, 7 de agosto de 2013

Aunque sólo sea esta noche


No podemos nadar en un remolino. Quizás nos ahoguemos o dejemos nuestra alma nadando al son de las olas. Cuando el océano es gris, no podemos ser alumbrados por el sol, pero hay un halo que puede encender este escenario, tu luz. No quiero que me alumbres cada noche, ni que enciendas en mi una empírica satisfacción. Sólo quiero que me mires, simplemente con eso bastará. No es necesario escucharte, sólo déjame entenderte. No hay lenguaje más sincero que aquel que carece de palabras. No hay sílaba mal dicha, sino no pronunciada. No me preocupa aquello que me dices, sino aquello que callas y que descifro como el más peligroso jeroglífico. No es difícil llegar a tu universo, no lo será mientras estés despierto. Ahí podré refugiarme cuando la soledad llegue, cuando los espíritus del ayer me den un golpe en seco, y en definitiva, cuando mis pies pisen de nuevo el suelo.

Esta noche no te duermas, pues alguien tendrá que iluminar esta fantasía; si quieres descansar, hazlo sobre mis ganas de navegar entre tus pupilas, de hacerme eterna junto a tu parpadeo, de parar los relojes mientras sólo existe un triste final, el despertar de este sueño...

jueves, 1 de agosto de 2013

Un pulso por ganar

El miedo es el mayor de los fracasos que siempre nos acecha. Es algo ajeno al ser humano, que se aproxima a medida que vamos creciendo y olvidamos aquellos sueños incompletos, que están destinados a la nada, a perderse en un desconcertante limbo, en el que pululan tantos y tantos intentos. A veces es necesario nadar entre los enseres de ese baúl estancado, que flota en alguna parte, sin que seamos conscientes de ser los dueños. No es más que un trozo de nosotros que ha mutado, una metamorfosis indebida, que se ha llevado todas aquellas respuestas a tantas incógnitas. Y por alguna razón, no sabemos llegar hasta él, o creemos no saberlo.+

 Hay que ver más allá de los propósitos que buscamos, para descifrar esas señales que el miedo nos impide leer. A menudo nos pasan por delante, en forma de distintas escenas, como si fuera un film ajeno que no nos incumbe, pero no es real. Somos actores de nuestro presente y es por ello que debemos encontrar la máscara con la que queremos jugar mañana; porque sólo así podemos crear nuestra propia ficción.