domingo, 16 de febrero de 2014

Un buen día


Un buen día todo cambió. Era el momento más inesperado, la fecha más inoportuna, pero la vida no siempre pone en bandeja su elección, no siempre se puede pulsar el botón que elegimos, porque en muchas ocasiones ella elige por ti. 

Hasta ese momento todo el peso de su alma reposaba en unos fuertes cimientos y pobre de él, que creía que aquello sería eterno, pero no. Llevaba temiendo ese día desde el primer instante en el que tomó conciencia de sus actos. Sabía que no podía mantener su mundo de perfección y que su escondite ideal, algún día sería descubierto. Y así ocurrió. Una mañana, se despertó sintiéndose joven de nuevo, parece que había ocurrido un milagro, el tiempo se había detenido y el reloj había dejado de existir.

Se miró al espejo, con asombro, y entonces vio aquella cara llena de alegría, de seguridad, de juventud. Esa barba de tres días que solía llevar antes, cuando sentía la necesidad de comerse el mundo cada día, esa mirada que brillaba con una intensidad sobrenatural y ese talante de torero que siempre le había caracterizado. De repente se lo creyó. Por unos segundos, volvió a verse en el espejo. Era su silueta, la misma de siempre, pero hace mucho tiempo que no la veía; horas, meses, años, quizás décadas, pero en el fondo, ahí estaba su esencia. No pudo evitar inundarse de orgullo; era él, el de siempre.

Tenía tantos sueños anhelados, tantos deseos apuntados en la libreta de su vida, que se paró a pensar cuántos de éstos había cumplido, y la respuesta que halló, le provocó un escalofrío, que le recorrió todo el cuerpo, hasta llegar al fondo del alma. Se sentó en un viejo sillón, que había envejecido tanto como él. Lo miró y recordó aquel día en que se lo trajeron, su color, su tacto, su fortaleza, ya nada era lo mismo. Sin embargo, había pasado el tiempo y ni siquiera se había inmutado ante esa metamorfosis.

La pregunta fue ¿por qué?, ¿cómo pudo olvidar todo aquello que lo convirtió en la persona que era?, ¿cómo pudo aparcar esas batallas que no habían sido ganadas?, ¿por qué no lo había pensado antes?; y entonces recordó que si que lo tuvo presente. Siempre fue conocedor de las dos realidades; la que nunca fabricó y a la que llegó empujado por el destino, por el paso del tiempo, de la aceptación de una rutina impuesta. 

Había llegado la hora, tenía que hacer algo, había perdido media vida obviando que había aparcado una atmósfera que le pertenecía.¿ Y ahora, qué?...

Dando vueltas a posibles soluciones se dio cuenta de que tenía un factor en su contra; el tiempo. Ya no tenía el tiempo necesario para recuperar tantos años de aceptación, sumisión o conformismo. Sólo de pensarlo, sentía que perdía energía por momentos. Ahora el problema se agrandaba, porque aquel paraíso que soñó, también había evolucionado y ya no quedaba sitio para un tipo como él.

Volvió a mirarse en el espejo, se lavó la cara con desdén, se peinó con desgana y eligió su mejor traje para salir a la calle, el de la madurez, ese que ahora lo convertía en un hombre importante, de palabra, aquel que nunca falla, un ser de fiar. Se engañaba a si mismo, sabía que había mentido, había cometido el mayor de los fallos, engañarse a uno mismo. Olvidó quién era, quién quería llegar a ser y simplemente fue. Creció y dejó atrás el pasado. Cruzó esa línea que nos hace bipolares, para ya nunca más mirar atrás...

2 comentarios:

  1. Gracias preciosa. Me alegro mucho. Es un claro reflejo del paso del tiempo. Frío y desgarrador por un lado, y emotivo y necesario por otro...muakkk

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