miércoles, 3 de julio de 2013

El sol que nunca llegó

Dando vueltas a un par de hielos en una copa de balón, se perdía entre sus exóticos pensamientos. Y digo exóticos porque realmente parecían irreales, lejanos, como si los hubiera vivido otra persona y en otra vida. Sentado en un cómodo sillón, se limitaba a dejar la mente en blanco y a imaginarse jugando con todo eso que alguna vez se te pasa por la cabeza, pero nunca llega.

Son muchas las preguntas que le asfixiaban y aunque sabía todas las respuestas, era más sencillo hacerlas a la nada, ese lugar al que siempre se recurre cuando la realidad nos golpea en la espalda y preferimos cerrar los ojos y hacer como que no nos hemos dado cuenta.

Todavía guardaba en cajas lo poco que le quedaba de ese ayer, un tiempo vertiginoso en el que la inmadurez y la locura, sacudían con frecuencia. Papeles, facturas, fotos que se veían borrosas y el recuerdo de esa última vez que la vio. Eso era suficiente para aguantar el tirón del tiempo, para jugar al despiste, para disfrazar una amistad de falsa sinceridad o quizás, para olvidarla.

La incertidumbre es algo que nunca llevó bien y por esa razón,  le faltó la valentía que necesitan los cobardes cuando quieren dejar de serlo. Lo mejor de todo era su sonrisa, su forma de hacer vibrar a su yo interno, ese sentido del humor que encandilaba, al ritmo de una picardía que pocas mujeres le habían demostrado. Ahora,  vagando por la nada, no le quedaba más remedio que reír. ¿Qué otra cosa podía hacer?, ya había llegado el día más triste de su vida. Aquel al que había temido desde la niñez, ese día que cambiaría su rumbo para siempre y que pondría un punto y final a una esperanza eterna.

El whisky no iba a solucionarle ninguna papeleta, pero le ayudaba. Al menos así, mezclaba el llanto con la risa, sin llamar demasiado la atención. Con el teléfono en la mano, esperaba un milagro, o mejor dicho, "su milagro". A las seis en punto, ya no habría marcha atrás. Pero aún tenía un cuarto de hora por delante. En quince minutos puede pasar de todo. El móvil estaba en silencio, ya que no quería armar una escandalera cuando ella llamara. Pero no fue así, su musa no lo hizo.

Atrás quedaba esa nula ilusión que un día mantuvo, y ésta daba paso al más intrínseco de los sentimientos; el odio. La odiaba a muerte. Por darle cuerda al reloj, por no querer continuar en ese paraíso, en el que las horas no pasan. El mismo paraíso en el que la miró a los ojos y no le dijo nada, en el que predominó ese silencio que habita en el interior de cada uno y hay que saber usar en el momento oportuno. Sin más, se bebió la copa de whisky y empezó a sentir como éste quemaba y destruía todo su dolor. Así su imaginación no estaría tan lúcida y le ayudaría a pensar en otra cosa que no fuera que estaba cometiendo el mayor error de su vida.

Con esa carga de culpa, se dirigió a casa y se acostó. No quería despertar, no sin ella. No quería hacerlo para recordar que el tren había parado en su puerta varias veces y él había decidido marchar andando. Durante esa noche, tuvo numerosas pesadillas, pero el dolor de cabeza y una seca resaca, no le dejaban recordar nada de lo soñado. De repente, todo se vio interrumpido con la alarma del móvil. 

Sin demasiadas ganas, lo cogió, y abrió un ojo para mirar la hora. Las cinco de la tarde, "buena hora para levantarse", pensó. Pero no era lo único que pudo ver en la más triste de las pantallas a las que había mirado en sus estúpidos días. Un mensaje. "Tiene un mensaje nuevo"; parpadeaba la verdosa luz de aquel infernal cacharro.

Con nervios, lo tiró al suelo. No sabía si estaba preparado para leer aquello, tampoco sabía si era ella, pero algo le decía que si. El corazón había dejado de latir y la respiración se había acelerado, empujando al sudor a recorrerle el cuerpo. Pero de nada servía no leerlo, porque sabía que terminaría haciéndolo, más temprano que tarde. Con los dedos temblorosos apretó el botón que le devolvería la felicidad. No hizo falta más, sólo una frase. Una amarga frase que decía " El silencio no siempre es la mejor respuesta. Suerte".

Y la luz se fue apagando como en una función de teatro. La iluminación fue perdiendo intensidad, como cuando se apagan las luces del árbol de navidad, como cuando se apaga una vida humana. El frío había llegado hasta él y ahora se colaba por cada rincón de su piel, matando todos sus órganos y dejando al corazón sin carga. Ya sólo le quedaba una salida,  cerrar los ojos y volver a taparse. Al fin y al cabo, ya había conocido el miedo y sabía cómo huir de él.

3 comentarios:

  1. Parte 1 de 2

    Dando vueltas sobre las grises y frías baldosas de una estación de tren, no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de suceder, una decisión más de vida o muerte, que de futuro, felicidad o tristeza. En su maleta, a la que se agarraba como quien se agarra al último clavo ardiendo mientras cae, solo llevaba un poco de ropa, era consciente de que el enorme peso que empujaba esa maleta contra el suelo, no era culpa de los pocos harapos que tenía en su interior. El mismo viento que un día izaba sus velas, hoy eran pesadas piedras, que como casi todo lo que más pesa en la vida, eran invisibles.

    Son muchas las horas muertas, son demasiados los días vacíos, son incontables los silencios sin sentido. Ya no esperaba respuestas, porque sabía que para su encrucijada, ya no las había. Se lo imaginaba sentado en su cómodo sillón, con una copa de balón entre los dedos, flotando entre las nubes y dejándose volar a la nada…

    Todavía guardaba por los rincones de aquella maleta, todas las risas, las caricias y las miradas, que unas bocas, manos y ojos jóvenes podían ofrecer. Simples y complejos recuerdos… en su retina aún conservaba la imagen de la última vez que lo vio. Aquel rostro que la hizo temblar tantas veces, ahora permanecía triste, inmóvil y en silencio, mientras ella se aleja.

    La incertidumbre de ver como todo pasaba poco a poco, infligiendo el castigo de la duda en una vida tenue, llena de días obligados. La enseñó a remangarse y remar. Y con cada remada, sus lágrimas, que habían dejado de tener sentido, se evaporaban. Lo mejor de todo era su mirada, sabía que conseguía que todo su cuerpo se estremeciera, con tan solo clavar aquellos grandes ojos oscuros en ella. La pasión nunca desapareció, y nunca lo haría. Vagando por aquel anden, viendo con claridad la delgadísima línea que separa un camino de otro, una vida de otra y un error de un acierto, solo podía seguir apretando la maleta contra su cuerpo, cubriéndolo como si se avergonzara de él. Este es el momento, era sin duda el día con el color más extraño que había visto nunca, ni el verde esperanza, ni el silencioso negro o tan siquiera el luminoso amarillo se le parecía. El frío azul y el cálido rojo, haciendo el amor se unieron, dando como resultado un misterioso violeta que lo cubría todo. Igual que el miedo y la emoción a veces se besan para dar paso a la ilusión.

    El whisky de aquella copa a medio terminar, en la que ella imaginaba que él estaría buscando consuelo, debía tener el olor mismo del dolor más íntimo. De la maleta, sacó un viejo teléfono, pensó en llamarlo, pensó que dejarlo todo... Casi había llegado la hora, ya solo tenía 15 minutos, 900 segundos para cambiar de opinión o seguir adelante. Pero en lo más hondo de su ser, sabía que no podía quedarse a esperarlo, porque a ella el tiempo no la espera. Así que tras imaginar oír su voz por última vez, volvió a guardar el teléfono en la maleta, con toda la calma y el amor, que una madre acaricia a un hijo que se va de casa.

    ResponderEliminar
  2. Parte 2 de 2

    Atrás quedaba todo su mundo y toda su vida. Todas sus risas y todos sus llantos. Todo su y amor y todo su odio. En todo Yin debe existir un Yang, un equilibrio en la balanza. Él era soñador y romántico, ella realista y sensata. Él se contentaba con pensar que el tiempo no pasaba, pero ella apenas podía ver otra cosa que no fuesen los minutos que componían las horas escapársele entre los dedos, intentando agarrarlos inútilmente como el niño que quiere coger el agua. Recuerda una vez más su mirada, aquellos penetrantes ojos, en los que había escaleras infinitas, capaces de llevarla al más allá y dejarla flotando… hasta que su boca no emitía sonido alguno y era entonces, cuando dejaba de flotar y caída directa al suelo. El silencio, tan necesario cuando es oportuno y tan peligroso cuando no se espera pero aparece, la atormentaba. Miraba sus labios, pero... él nunca los separó.

    Con esa necesidad de respirar aun teniendo los pulmones llenos, fue caminando, un paso tras otro, lentamente, por las baldosas de la estación que la llevaría tan lejos de aquel lugar donde había amado tanto. No quería marchar, no sin él. Pensando que una vida nueva es solo eso, nueva, no mejor, no peor, solo diferente y abrumadora. Una vez en su asiento, con el punto de no retorno ya sobrepasado, aflojo las manos de su maleta por fin, la puso en su regazo y con un unos ojos inundados dedicó unas palabras susurradas que nadie pudo oír, mientras miraba por la ventanilla. Volvió a sacar el móvil, sin tener demasiada idea de lo que quería hacer con él. Pasó la noche y no pudo dormir, la maleta aunque estaba apoyada, seguía pesando demasiado para relajarse y descansar…

    Sin demasiadas palabras, quería decirle tanto, pero había tan poco que contar. Que solo pudo, entre cansancio, tristeza, sueño y desesperanza, pulsar la secuencia exacta de teclas que lanzaría el último adiós, el último hola, la última frase: “El silencio no siempre es la mejor respuesta. Suerte”.

    Con nervios de acero, esperó una respuesta que no llegaba, toda una vida pendiente de un tono que nunca sonó, la condenó a que su corazón no volviese a latir y a que su respiración, se alterara en todos y cada uno de los momentos en los que pensará en él.

    Y la luz se fue apagando como en una función de teatro. La iluminación fue perdiendo intensidad, como cuando se apagan las luces del árbol de navidad, como cuando se apaga una vida humana. El frío había llegado hasta ella y ahora se colaba por cada rincón de su piel, matando todos sus órganos y dejando al corazón sin carga. Ya sólo le quedaba una salida, cerrar los ojos y seguir su viaje. Al fin y al cabo, ya había conocido el miedo y sabía cómo huir de él.



    PD: Buena pluma, periodista.

    ResponderEliminar
  3. Cuando leí tu respuesta por primera vez, no entendí muy bien el fondo. Al volverlo a leer una segunda, he tenido que rendirme ante el otro lado de mi historia. Realmente, yo no lo había imaginado así.

    Ella había dado un paso en seco y había elegido a otra persona, con la que compartir el resto de su vida. A veces, la indecisión nos hace decidir y eso es lo que le ocurrió en mi cabeza, cuando decidí escribir sobre estos amantes.

    Pero al leer tu comentario, me he quedado encandilada; primero, por tu forma de relatar algo tan íntimo y complejo a la vez. Segundo, porque veo que has empatizado con aquello que sentí al escribir la historia de una persona que se encuentra perdida ante su cobardía, y tercero, porque esto me demuestra que escribir es un Don.

    Cualquier persona podría haber modificado nuestras versiones y habría elegido cualquier otro final, pero lo que más me gusta de todo lo que me has regalado, es tu tiempo. El tiempo que has dedicado a leer mi relato y la forma en la que hemos conectado, para dar vida a una realidad, que hemos creado ambos.

    Si ella hubiera leído este blog, quizás le habríamos cambiado la existencia efímera de su futuro.

    Gracias, una vez más, por permitirme disfrutar de tu ingenio.

    ResponderEliminar