miércoles, 13 de marzo de 2013

Otra forma de aprender

Me llama mucho la atención lo mal considerada que está la enseñanza en nuestro país. Estoy acostumbrada a conocer de primera mano todos los recortes y perrerías a los que está siendo sometida, puesto que tengo en casa a la mejor de las profesoras; mi madre. Ella es todo un ejemplo como trabajadora y apasionada del verbo "enseñar". Y de ella he aprendido que un profesor no sólo aporta las lecciones obligatorias que tiene que impartir, sino una cadena de valores y principios, que, no se olvidan nunca. 

Gran culpa de que nos estemos cargando la enseñanza, la tienen, además de los pésimos políticos; algunos padres. Hay padres que no valoran la labor del profesor, porque piensan que éstos tienen la obligación de enseñar y dar la educación a sus hijos, que ellos no le dan en casa. Y cuando se da esa circunstancia, ni se preocupan en conocer qué está aprendiendo su hijo, más allá de los libros.

Yo también he sido alumna, y he tenido educadores con los que he aprendido la materia obligatoria, y otros con los que me he enriquecido como persona. Pues bien, esta entrada va para ellos. Con esto sólo quiero recalcar la importancia que tiene un profesor en la vida de un alumno. En casos extremos, supongo que la figura de un educador puede ir ligada a la de un padre o una madre. Y es por todo esto, por lo que no entiendo por qué se está atacando continuamente a este gremio.

Cuando estaba en primaria, tuve un tutor llamado " Don Pascual" que me enseñó a ser positiva. Para él, no existía nada mal hecho, sino mejorable. Aprender con él era un placer, porque siempre ofrecía una suculenta recompensa, en forma de felicitación.

Siendo ya un poco más mayor, conocí a Javi. Él fue mi tutor en secundaria. Recuerdo que era un chico joven, alegre, que sabía hacer uso de su gran empatía para luchar contra los más rebeldes; y lo hacía tan bien, que se los metía en el bolsillo. Le encantaba charlar con los alumnos, sobre nuestras historias adolescentes. Lo pasé en grande con él, y yo no veía el momento de que llegara el lunes.

Más tarde llegó otro Javi, y con él, además de dar unas curiosas clases particulares de griego y latín, aprendí que hay personas que lo dan todo a cambio de nada y aunque no los veas a menudo, siempre vuelven, cuando las necesitas.

Salvador Compán, además de ser un pedazo de escritor, fue mi profesor de lengua, en plena época adolescente. De él sólo puedo decir, que incrementó mi pasión por la lectura,  la literatura, y me dio las pautas necesarias para aprender a escribir, y decidir qué quería ser de mayor. Sin él saberlo, fue una pieza básica en mi decisión.

Pero en el instituto, también tuve otro profesor que me daba lengua. Se llamaba Antonio, y con él compartí la pasión de la lectura; hasta tal punto, que el mejor recuerdo que conservo de él, es una bolsa llena de libros , de los que siempre me había hablado y que me regaló.

Ramona fue mi profesora de latín, y a pesar de que sabía hacerse respetar y ponerse seria, demostró ser alguien que quería a sus alumnos, por encima de todo. No sé cómo lo hacía, pero sabía calmar a los más difíciles y hasta llevarlos a su terreno. Al verla trabajar, me dí cuenta que aquellos que van de duros, en realidad piden a gritos un poco de apoyo; que ella siempre ofrecía.

Por último, tuve la suerte de topar con Antonio. Él me enseñó a redactar, a hacer un reportaje, una crónica, a usar las 5 w del periodista,  a hacer una tesis y a creer que existen periodistas que no ejercen el periodismo, sino que son parte de él  y lo convierten en una forma de vida.

Estos son los recuerdos que se me vienen a la cabeza cuando pienso en aquellos profesores que me han marcado, por una u otra razón. Y creo que a ningún niño se le debería privar de este derecho. Porque tener un buen profesorado y un justo crecimiento personal, es uno de los cimientos que no podemos perder. Y nunca habrá dinero que pueda pagar todo lo que nos han enseñado.

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