domingo, 1 de septiembre de 2013

Bienvenidos a la rutina...

Cuando desperté esta mañana, el aire ya se había teñido de una fragancia distinta. El color que brota en la alegría del verano, se iba difuminando, sin retorno. Entonces pensé que esa sensación ya la había vivido antes, que no era algo desconocido. Siempre me resulta duro convertirme en una nómada más, de tantos que habitamos la misma playa, año tras año.

 Parece mentira, pero todo cambia. La naturaleza es sabia y es ella misma la que pone un punto y seguido a nuestra aventura, al temido despertar que nos persigue y que siempre nos atrapa. Las nubes lucen más blancas que nunca y el celeste que rodea al sol, brilla con una fuerza sobrecogedora, que no puede indicar otra cosa que no sea la inminente llegada de septiembre. 

Poco a poco, mi playa se va quedando huérfana de veraneantes, pero se convierte en dueña de miles de historias que se inician ante el romper de las olas, a orillas de un atlántico que permanece intacto hasta el próximo año. Resulta curioso como de un día para otro, el reloj puede pararse para muchos, pero sin embargo, siempre encontraremos la belleza más pura, en cada uno de los rincones de Matalascañas, para mi, reina de la sencillez más cálida y hermosa, que sea palpable a nuestro sentido visual. 

Toca decir adiós al olor a sal, a esa brisa marina que nos aleja de todo contratiempo, de cualquier miedo o temor que nos pueda rondar; pero este martirio no es eterno. Me reconforta pensar que cuando vuelva, todo seguirá igual, me encontraré el mismo escenario que convierte a Doñana en un sitio emblemático, digno de una atmósfera de ensueño. Agotaré hasta el último instante en el que pueda fundirme en las huellas de la arena, esas pisadas que el mar borra a cada segundo, y en las que todos dejamos un trocito de esperanza y melancolía...

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