lunes, 11 de noviembre de 2013

La silueta más correcta

No nacemos perfectos. Incluso, a veces, somos demasiado imperfectos, y es por ello que necesitamos una bocanada de lecciones, de las que aprender toda la vida. Se llama educación. Tiene múltiples formas, pero siempre conserva el mismo fondo. Es invisible pero palpable, y es multiforme, dependiendo de quien la intuya. A pesar de su importancia, no todos tienen el placer de conocerla ni de personalizarla.

Hay momentos en los que confunde, y puede volver loco al más cuerdo del rebaño. Suele haber quien afirma que tenerla es algo similar a una cualidad innata, pero es mentira. Es sólo una falacia que se destruye como las piezas de un rompecabezas. No todos la poseen ni la moldean; de hecho, para muchos pasa desapercibida, como si se tratara de un detalle más, de una simple característica que no tiene valor alguno, o lo que es lo mismo, un mero hecho colateral.

No darle su importancia es matar esa esencia que todos llevamos dentro. Es una auténtica pena. Una cruz que, quienes la  llevan a cuesta, no pueden soltar jamás. Se puede imitar, pero nunca copiar. La educación es única y hay que saber dominarla, usarla, cuidarla y mimarla. No hay nada más bello que una persona educada, con modales, que sabe estar; de esas que podemos llevar a cualquier parte porque sabe adaptarse al entorno, de esas que no desentonarían ni en una cena de palacio, en tiempos pasados.

El ser educado es observador por naturaleza. Esto es una virtud que puede servir de guía en el camino del buen hacer, del patrón sin dueño. Aprender de los demás es una gozada, si sabemos cómo hacerlo, porque una vez que comienza el proceso ya no se puede volver atrás.

No existe mayor riqueza que aquella que nunca termina, esa que se extiende en el tiempo, sin entender de modas ni razas. La riqueza del aprendizaje. En ella radica la cultura y la inquietud por el saber, dos piezas fundamentales para perseguir esa buena costumbre, que siempre nos ayudará a llevar una vida plena en matices.

Qué triste es pasar de largo ante ella, no rendirse a sus pies y no engrandecerla como merece, puesto que la meta más digna que podemos hallar, es su crianza.

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