lunes, 14 de octubre de 2013

Las manos que mecen las cunas

No quiero corromperme, que nadie lo permita. El día en el que cambie mi mirada, mi forma de actuar, que alguien me de una bofetada y me devuelva al principio, al comienzo de mi trayectoria, cuando aprendí de las buenas costumbres que mamé. Que entonces me recuerden lo afortunada que he sido por nacer en una cuna donde reinaba el bien por encima de todas la cosas. 

Y es que en la observación está la clave, la distinción. Sólo hay una forma de aprender a observar, y ésta es analizar, buscar un poco más allá, retar al conformismo en una lucha indefinida, que nos agudiza la mente y enciende ese foco de luz, con el que nos deslumbramos cuando somos capaces de analizar cada detalle y conocer ese entorno que nos persigue.

Qué bonita es la integridad, la esperanza, el esfuerzo y la humildad. Parece complicado trabajar estas características, pero nunca es imposible. Merece la pena intentarlo, rozarlo, palparlo. Teniendo eso, el ser humano es rico, dueño de un tesoro incalculable, que no se puede gastar ni agotar. No hay mayor fortuna que esa que se hereda, pero nunca caduca, ni se consume. La mejor de todas es la que se fomenta, la que va creciendo y haciéndose notar.

La pobreza del alma se refleja en cada paso del ser humano, en cada palabra mal dicha, en cada pisotón dado con ansias de trepar sobre el vecino para llegar antes al podio. A mi eso me repugna. Dicen que llega un momento en la vida, en el que todo puede mezclarse, cuando la tortilla da la vuelta y podemos ser víctimas de la falta de escrúpulos, del orgullo que domina a todo aquel que no ha tenido la oportunidad de gozar de la victoria, cuando es conseguida con sudor y con ahínco, de lograr un resultado sin ayuda de una mano pudiente o de transitar por la vida, envuelto en una nube de rencor y ambición.

Quiero seguir disfrutando de lo que es mío, de cuidar aquello que me pertenece, lo poco o mucho que consiga, pero recordando cuál es mi origen, y estando agradecida por lo que éste ha supuesto en mis acciones, en mi modo desenfadado de vivir, siguiendo esas piedrecitas que me guían y que son lo único que me importa.  Aspiro a tener una meta clara, y nunca confundirme, sabiendo qué es lo que quiero, siendo consciente de lo que he aprendido y pretendo vislumbrar desde lejos cuál es el desvío que lleva mi nombre, sólo mi nombre...

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