lunes, 11 de noviembre de 2013

Las dos caras del tiempo

Un color; el verde. En eso se había reducido aquella vida que recordaba con añoranza. A través de los barrotes, podía comprobar que el mundo no había parado, que el tiempo continuaba su viaje, impasible, y que el vaivén de su edad no sólo la convertía en una única víctima.

La realidad es distinta para cada uno de nosotros. Todos tenemos una propia, pero eso no significa que no puedan privarnos de ella, en algún momento puntual. Para ella todo eso había acabado. Hace mucho que perdió el sentido, la ilusión por descubrir nuevos amaneceres o la inquietud por conocer el qué pasará mañana. Y todo se remontaba a ese preciso momento, en el que perdió la libertad, la oportunidad de seguir viviendo como siempre lo había hecho.

Ahora su escenario era bien distinto. Sabía que había dos realidades, ambas separadas por una barrera de hierro, que convertían la felicidad y la soledad en dos vías distintas. Mirar por la ventana e imaginar todo aquello cuanto anhelaba, era el motor que rugía cada mañana, la inyección de energía que la mantenía en pie y su razón para seguir respirando. Atrás había quedado aquella época, en la que fue protagonista de su propia actuación, en la que hacía o deshacía a su humilde antojo. Había sido feliz, si. Ese era su resumen general; pero ahora, echaba en falta su tesoro más preciado, la juventud.

La invadía una escalofriante sensación de haber regalado todo. Su sonrisa, sus ganas, los mejores años, su corazón; y sin embargo, ahora estaba rodeada de miles de compañeros que ni siquiera recordaban cuál era su nombre o el lugar dónde habían vivido toda la vida. 

Las arrugas de sus manos le ponían los pies en la tierra. Ya no había alicientes ni vuelta al pasado. Sólo quedaban los recuerdos y la satisfacción de haber caminado con el pie derecho. 

En la otra parte del mundo, los coches, las motos, autobuses, semáforos, todo seguía como si nada. Los jóvenes paseaban a sus mascotas, otros se besaban en plena calle, discutían entre ellos, y el colorido lo envolvía todo. Los labios de las niñas, brillaban con un rojo intenso, que no era más que un estúpido y rico sinónimo de adolescencia, y las uñas iban a tono con el color de la ropa. Los chicos, por otro lado, parecían haberse preocupado más por gastar el bote de gomina, que en ir a conjunto.

En sus rostros sólo había dos marcas: inexperiencia y pureza. Lo envidiaba por completo. Ojalá ella pudiera volver al comienzo, retornar hasta ese punto de inflexión en el que uno se da cuenta que está empezando a madurar, y que se avecinan cambios en la rutina. Pero no, la suya recorría una fría habitación, que ahora compartía con una nueva amistad, recién llegada al nuevo hogar.

La televisión puesta, las ideales conversaciones sobre las pastillas que tomaban al día, el cariño de las enfermeras y su templanza para escuchar batallitas, o lo que es lo mismo, para convertirse en un motivo más para seguir activando la mente, y la esperanza de recibir una visita de algún ser querido, eran ahora sus motivaciones.

Y tras esos muros, nada había cambiado. Los figurantes seguían actuando, sin reparar en que algún día, su función terminaría tras ese mismo muro que hoy ni siquiera habían percibido. No parecía importarles qué habría detrás de esas paredes, cómo cambia la vida cuando tu relación con el exterior se limita a pasear por un jardín en el que sólo hay bancos y ansias de volver. 

- Seguro que creen que esa etapa es muy lejana, que a ellos no les tocará. Que Dios sabrá si llegan a estas edades o que ya lo afrontarán cuando les toque. Muy típico. Eso pensamos todos. Y siempre cometemos el mismo error. Correr no es la solución, porque la madurez siempre nos alcanza, y no nos deja elección posible -  pensó con melancolía.

Se acercó el vaso a los labios, y bebió de un sólo sorbo, intentando evocar el sabor del vino, ese manjar que degustaba en cada comida, que le regalaba esa dosis de intelectualidad e inocencia; que ya había consumido tantas veces. Sin embargo, no era más que agua. Cuando los años hacen mella en el individuo, la vejez se transforma en una sombra, una prenda que todos debemos tejer, como hoy hace ella, con aceptación y un buen sabor de boca.

La silueta más correcta

No nacemos perfectos. Incluso, a veces, somos demasiado imperfectos, y es por ello que necesitamos una bocanada de lecciones, de las que aprender toda la vida. Se llama educación. Tiene múltiples formas, pero siempre conserva el mismo fondo. Es invisible pero palpable, y es multiforme, dependiendo de quien la intuya. A pesar de su importancia, no todos tienen el placer de conocerla ni de personalizarla.

Hay momentos en los que confunde, y puede volver loco al más cuerdo del rebaño. Suele haber quien afirma que tenerla es algo similar a una cualidad innata, pero es mentira. Es sólo una falacia que se destruye como las piezas de un rompecabezas. No todos la poseen ni la moldean; de hecho, para muchos pasa desapercibida, como si se tratara de un detalle más, de una simple característica que no tiene valor alguno, o lo que es lo mismo, un mero hecho colateral.

No darle su importancia es matar esa esencia que todos llevamos dentro. Es una auténtica pena. Una cruz que, quienes la  llevan a cuesta, no pueden soltar jamás. Se puede imitar, pero nunca copiar. La educación es única y hay que saber dominarla, usarla, cuidarla y mimarla. No hay nada más bello que una persona educada, con modales, que sabe estar; de esas que podemos llevar a cualquier parte porque sabe adaptarse al entorno, de esas que no desentonarían ni en una cena de palacio, en tiempos pasados.

El ser educado es observador por naturaleza. Esto es una virtud que puede servir de guía en el camino del buen hacer, del patrón sin dueño. Aprender de los demás es una gozada, si sabemos cómo hacerlo, porque una vez que comienza el proceso ya no se puede volver atrás.

No existe mayor riqueza que aquella que nunca termina, esa que se extiende en el tiempo, sin entender de modas ni razas. La riqueza del aprendizaje. En ella radica la cultura y la inquietud por el saber, dos piezas fundamentales para perseguir esa buena costumbre, que siempre nos ayudará a llevar una vida plena en matices.

Qué triste es pasar de largo ante ella, no rendirse a sus pies y no engrandecerla como merece, puesto que la meta más digna que podemos hallar, es su crianza.

martes, 5 de noviembre de 2013

Tiramisú de limón

Nunca el asfalto fue tan exquisitamente cálido. Se sentó en la acera, dejando a un lado el entorno, liberando la sencillez que explosionaba en sus adentros. Sus ojos reflejaban la pesadez del pasamontañas que le tapaba la visión. Ya era hora de abrirlos bien. Nunca una conversación fue tan significativa ni esclarecedora. Sentados escucharon un canto de sirena, que nadaba entre resquicios de química. La locura no siempre llega en forma de balada, por eso el éxtasis se disfrazó de simples letras, letras de un mes de agosto, que purulaban por la calima veraniega. Sonidos de nada y melodía de todo, que decoran aquella canción, que decía eso de " que sepas que el final no empieza hoy".